¡Felicitaciones al grupo por el trabajo y por haber ganado la votación en clase!
La hija de Amra
Hace mucho tiempo existió una chica que se llamaba
Constanza, que tenía dieciséis años y el pelo blanco como la nieve. Siempre le preguntaban
por qué lo tenía así, pero ella no lo sabía. Vivió toda su vida en un orfanato
en Australia pensando que sus papás biológicos nunca la quisieron, pero no
sabía que sus padres eran dioses.
Su padre era Amra, el dios de los mares, y su madre era
Umir, la diosa del frío y el hielo. Amra, hace dieciséis años, llevó a su hija
Constanza al mundo de los mortales ya que se desataba una guerra en el Olimpo,
donde murió su madre. Constanza pensaba que era una chica normal, pero un día
se dio cuenta de que tenía poderes. Fue justo ese día donde toda su vida
cambió.
—Estoy
harta —dijo ella, llorando desconsoladamente.
—¿Qué te
pasa, mi niña? —dijo la directora, una señora de bastante edad que la
cuidó desde que llegó al orfanato.
—Me di
cuenta de que nadie nunca me va a querer adoptar.
—No digas
eso.
—Pero si
nadie quiere —dijo ella.
—Yo te
quiero mucho, Costy, y si nadie te quiere yo voy a estar con vos siempre —dijo
la directora abrazándola.
Cerca, Amra
estaba vigilándola.
—¿No
creés que es tiempo de que sepa la verdad? —dijo un amigo de Amra.
—Si fuera
por mí, me la hubiera traído hace mucho.
—¿Y por
qué no lo hiciste? —preguntó su amigo de nuevo.
—Por
miedo, por miedo a que me odie por no ir a buscarla antes —dijo Amra,
cayéndosele una lágrima.
—¿Y si en
verdad te quiere? —dijo el amigo.
—Eso
nadie lo sabe —respondió Amra.
—No
entiendo cómo no se da cuenta de que es una diosa —dijo el amigo.
—Capaz
porque está tan enfocada diciendo que nadie la quiere, que no se da cuenta de
lo que pasa a su alrededor —dijo Amra medio triste—. Pero pronto
la voy a ir a buscar.
—¡Constanza!
—gritó buscándola la directora.
—¿Qué
pasó? ¿Por qué gritan? Estaba durmiendo —dijo fastidiada.
—Hay
alguien que quiere hablar con vos—dijo la directora medio triste.
—¿Conmigo?
—preguntó ella sin entender.
—Sí, andá
rápido a mi oficina, que te están esperando ahí —dijo la directora y
Constanza fue hacia allí.
Cuando Constanza
entró a la oficina de la directora, se sintió medio nerviosa y empezó a buscar
a quien la estaba buscando.
—¿Usted
quién es? —preguntó ella mientras se sentaba en una silla.
—Soy
Amra, tu papá —dijo él con los ojos llorosos.
—¿Y qué
querés? —preguntó seria.
—¿Por qué
me hablás así? —preguntó él, triste.
—¿Y cómo
querés que te hable? ¡Apareciste después de dieciséis años! Nunca estuviste
para mí y ahora venís como si nada y ¿querés que te hable bien? ¿En serio? —dijo
ella llorando.
—Hija,
perdón, sé que te abandoné pero fue por tu bien —dijo Amra.
—Ja, ja,
ja —rió irónicamente Constanza— ¿Por mi bien? O por el tuyo. ¿No
querías que fuera un estorbo? —dijo, cayéndosele las lágrimas.
—Dame dos
minutos solamente y te voy a explicar por qué no hice nada para venir a buscarte
—dijo él, llorando.
—Te doy
un minuto, me explicás y te vas —dijo ella.
—Cuando
naciste había una guerra en el lugar en el que vivimos y en esa guerra mataron
a tu mamá. Tenía mucho miedo a que te hagan algo, y por eso te traje al mundo
de los mortales.
—¿Mundo
de los mortales? —preguntó ella sin entender.
—Nunca te
diste cuenta, pero siempre te vigilé. Hace unas semanas, sé que te empezaste a
sentir rara por tu pelo y tu piel tan pálida: se debe a que vos no pertenecés a
acá. Yo soy el dios de los mares y tu madre era la diosa del hielo y el frío, y
vos sos la diosa de la nieve, por eso necesitás tanto frío para vivir.
—Por eso
siempre soñaba con una mujer que controlaba el frío y el hielo —dijo
ella, mirando a la nada.
—Exacto,
por eso, perdoname, hija. Te juro que si me das una oportunidad, no te vas a
arrepentir —dijo Amra rogándole.
—Sí,
papá. Te perdono —dijo ella abrazándolo.
—Te amo,
hija.
—Te amo,
papá.
Y desde ese día
se cree que cuando ella está triste, la nieve se vuelve como el color de su
cabello.
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