A continuación van a leer una serie de
fragmentos de textos literarios. Respondan y justifiquen para cada caso:
- ¿El narrador forma parte de la historia narrada?
- ¿Cuál es el grado de conocimiento del narrador sobre los personajes?
- ¿Desde qué punto de vista narra?
- A partir de lo contestado en las consignas (a), (b) y (c), indiquen qué tipo de narrador y qué tipo de focalización se presenta en cada uno de los fragmentos.
Texto 1
No
recuerdo por medio de qué sutilezas y sinrazones llegaron a convencernos de que
robar era acción meritoria y bella; pero sí sé que de mutuo acuerdo resolvimos
organizar un club de ladrones, del que por el momento solo nosotros éramos
afiliados.
Roberto Arlt: El juguete rabioso
Texto 2
A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la
escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la
casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que
descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para
subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa;
sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un
año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga;
ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca
colgada de un árbol, después un arnés para el caballo, después una liana para
bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos,
después un pasamano, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia
delante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu,
como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba
a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de
evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga,
como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al
principio, luego, poco a poco, obedientemente.
Silvina Ocampo:
“La soga”
Texto 3
Kurt giró un poco, despacio, y abarcó mejor a la tarda caravana de
hormigas en su progreso. Caminaban... caminaban... Recordó que un día había ido
con Silvano al taller de un sastre, en la Boca. El maestro le había regalado un
traje demasiado amplio y quería hacérselo ajustar. Allí, ante el espejo de tres
cuerpos, Kurt tuvo por primera vez una visión total de sí mismo; es decir que
por primera vez se "conquistó" plenamente substituyendo el enfoque
único que de nosotros mismos alcanzamos, por esa apreciación desde los ángulos
más variados e inquietantes, que poseen los demás. Vio allí a una serie de
intrusos irreconciliables que eran él mismo y que lo componían como se arma un
extravagante rompecabezas: los intrusos, los carceleros a quienes las demás
personas llamaban "Kurt" con monstruosa familiaridad, y algunos de
los cuales había percibido, sin reconocerlos, en las fotografías que le sacó
Pepe Farfán una mañana, porque entonces experimentó una sensación igual a la
que sentía frente al espejo, sin resignarse a convenir en que los espejos y las
fotografías, por absurdos, por disparatados que parezcan, no hacen más que
atestiguar la verdad pura.
Manuel Mujica
Láinez. Invitados en el Paraíso
Texto 4
Un
chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren
le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le
dijo por señas que no; el negro no contaba.
Jorge Luis Borges.
“El fin”
Texto 5
Ellos
no tienen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el
filo y se cortaban con ignorancia (…) Son de buena estatura de grandeza y
buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus
cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venía
gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían.
Cristóbal Colón. Diario del primer viaje
Texto 6
Estás
a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.
Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que
te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado
siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: “¡No, no
quiero ver la televisión!”. Alza la voz, si no te oyen: “¡Estoy leyendo! ¡No
quiero que me molesten!”. Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo
más fuerte, grita: “¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!”